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Poder mirarla así, como un ente en el espacio, y asumir que la comprensión de su complejidad implicaba una totalidad fueron de la mano. La idea de sistema, la de red, la trama de la vida, el papel de los seres vivos en su conformación, la conectividad a tal escala, el célebre efecto mariposa y las herramientas de la dinámica no lineal hicieron su parte; la deforestación, la contaminación, la extinción de especies, el crecimiento urbano y el cambio climático global, esto es, la destrucción ambiental, fueron la otra, el lado oscuro. La teoría de Gaia propuesta por James Lovelock aportó la metáfora necesaria: la Tierra como un ser vivo, que corre peligro.
Aun así, las disciplinas se atrincheraron durante décadas, algunas todavía lo hacen, cerrando los ojos ante una pequeña bola de nieve que poco a poco se tornó avalancha: la multidisciplina implícita en tal visión. En este devenir; teorías como la de Lynn Margulis, conceptos como el de escala, jerarquía, socioecostistema, resiliencia, la causalidad no lineal y otras propuestas más fueron brindando solidez, generando evidencias, impulsando equipos que dan menos importancia a las barreras disciplinarias, incluso plurinacionales, reflexiones epistemológicas que ampliaron el horizonte teórico y práctico. Nacieron así las ciencias de la Tierra, un nuevo campo de acción en donde se conjuga una mirada transversal con propuestas prácticas enfocadas a mitigar y contrarrestar los problemas ambientales y a llevar las políticas de conservación de manera más exitosa al no separar las sociedades humanas del medio de su entorno.
A casi cuarenta años de la publicación de la obra de Lovelock, Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra, son varias las generaciones de estudiosos que la han integrado, incluso quizá sin jamás haberla leído, muchos quizá ya dejándola atrás. Los sectores más conscientes de la sociedad, impregnados también de tal visión, impulsan nuevas formas de producción y consumo, relaciones con el entorno que no sean depredadoras, que no contaminen ni afecten a otras especies, derechos propios para éstas, incluidas las plantas, más allá incluso de la idea de "ayudar a la Tierra", como si fuera una entidad separable de la gente, de las sociedades. Pareciera que el concepto de persona hubiese transitado hacia una suerte de identificación de ambas, como si la Tierra fuera la piel misma. Los tatuajes que llevan muchas personas, sean de algún animal o planta, ecosistema, una alegoría o símbolo, de un mapa o el planeta visto desde el espacio son manifestaciones de ésta, expresiones de un sentir cada vez más difundido: de su futuro depende el nuestro y viceversa. [short_description] => En la ciencia hay imágenes que se han difundido tan ampliamente que hoy día son verdaderos íconos, elementos constitutivos del imaginario contemporáneo en buena parte del mundo. La doble hélice es indiscutiblemente uno de ellos. La Tierra vista desde el espacio es otra. El planeta azul, el único en donde hay vida, solitario y singular, nuestro hábitat, la Madre Tierra y otras tantas denominaciones y metáforas, envuelta en un cúmulo de significados y usos que ha adquirido en distintos momentos y contextos culturales.
Poder mirarla así, como un ente en el espacio, y asumir que la comprensión de su complejidad implicaba una totalidad fueron de la mano. La idea de sistema, la de red, la trama de la vida, el papel de los seres vivos en su conformación, la conectividad a tal escala, el célebre efecto mariposa y las herramientas de la dinámica no lineal hicieron su parte; la deforestación, la contaminación, la extinción de especies, el crecimiento urbano y el cambio climático global, esto es, la destrucción ambiental, fueron la otra, el lado oscuro. La teoría de Gaia propuesta por James Lovelock aportó la metáfora necesaria: la Tierra como un ser vivo, que corre peligro.
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A casi cuarenta años de la publicación de la obra de Lovelock, Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra, son varias las generaciones de estudiosos que la han integrado, incluso quizá sin jamás haberla leído, muchos quizá ya dejándola atrás. Los sectores más conscientes de la sociedad, impregnados también de tal visión, impulsan nuevas formas de producción y consumo, relaciones con el entorno que no sean depredadoras, que no contaminen ni afecten a otras especies, derechos propios para éstas, incluidas las plantas, más allá incluso de la idea de "ayudar a la Tierra", como si fuera una entidad separable de la gente, de las sociedades. Pareciera que el concepto de persona hubiese transitado hacia una suerte de identificación de ambas, como si la Tierra fuera la piel misma. Los tatuajes que llevan muchas personas, sean de algún animal o planta, ecosistema, una alegoría o símbolo, de un mapa o el planeta visto desde el espacio son manifestaciones de ésta, expresiones de un sentir cada vez más difundido: de su futuro depende el nuestro y viceversa. [meta_keyword] => Ciencias 129-130, julio-diciembre, 2018, Área Temática, Facultad de Ciencias [author_bio] =>Carrillo Trueba, César (editor)
Estudió biología en la UNAM y la maestría en antropología social y etnografía en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, donde actualmente prepara un doctorado. Es editor de la revista Ciencias de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Entre sus libros se encuentra El racismo en México.
[toc] => La teoría de la deriva continental de Alfred Wegener en México
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*de la curricula *de la simbiosis *de la vida *de la evolución *del herbario *de las poblaciones *de los bosques *de la conservación *del mar *de lo sustentable *de la atmósfera *imago [free_reading] => La teoría de la deriva continental de Alfred Wegener en México Alfred Lothar Wegener pasó a la historia por ser el primero en formular la idea de que los continentes no son estáticos, sino que están en movimiento. El meteorólogo alemán se basó en un conjunto de argumentos tomados de estudios que abarcan diversas ramas de las ciencias y que dieron lugar a la llamada teoría de la Deriva continental, una de las más importantes surgidas en el siglo xx, a pesar de que en la actualidad se emplea la Tectónica de placas para explicar los eventos geológicos de la Tierra, aún tiene un enorme valor desde el punto de vista de la historia de la ciencia debido a que sacudió los cimientos de la geología, provocando una serie de reacciones en todo el mundo. A lo largo de los años se han llevado a cabo diversas investigaciones con respecto de la deriva continental pero su introducción a México es un caso poco estudiado, por lo que éste texto se aboca a ello. Podría creerse que este tipo de trabajos, cuyo objeto es señalar la relevancia histórica de las ideas y teorías desde sus orígenes, ya no deberían realizarse, dado que se continúa promoviendo el "difusionismo"; sin embargo prejuzgarlos es prematuro ya que en los trabajos historiográficos no siempre se debe vestir a la moda, por tanto, su desarrollo debe continuar, pues al igual que en ésta como en otras áreas aún hay mucho por decir desde diferentes enfoques, tal y como se puede apreciar en el desarrollo de la historiografía de la ciencia. El panorama de la geología durante el siglo xix En primer lugar, se debe de tener en consideración el panorama y las ideas que constituían la filosofía geológica del siglo xix, las cuales influyeron en Alfred Wegener y su teoría de la Deriva continental. La teoría de la Contracción de la Tierra tuvo su origen en el siglo xvii, cuando algunos autores afirmaban que la Tierra se había encogido mientras se solidificaba y endurecía la parte más externa, lo que en gran medida habría condicionado la estructura del paisaje. Tales ideas fueron la base de dicha teoría, propuesta inicialmente por Élie de Beaumont, la cual sostenía que la Tierra debió haber pasado por un estado de incandescencia, de acuerdo con la hipótesis nebular sobre el origen del sistema solar y, consecuentemente, el planeta se habría ido contrayendo, conforme se iba enfriando a lo largo del tiempo. La liberación de la tensión compresiva en la capa externa durante ese colapso térmico se comprendió como la causa de la actividad tectónica y de la formación de montañas, en otras palabras, las cadenas montañosas se consideraron arrugas causadas por un enfriamiento progresivo de la Tierra. James D. Dana, profesor de Yale contemporáneo a Élie de Beaumont, quien defendió con entusiasmo la teoría contraccionista, consideraba que los continentes correspondían a las zonas de la corteza que primero se enfriaron, mientras que los hundimientos de la corteza que ocupan los océanos debían corresponder a contracciones posteriores. Al reducirse el volumen del interior terrestre, los continentes debieron sufrir enormes presiones cuya consecuencia fue la formación de las cordilleras, de la misma manera en que se forman las arrugas en la piel de una manzana al secarse. La teoría de la contracción recibió un posterior impulso cuando el geólogo austriaco Eduard Suess publicó, entre 1883 y 1909, La Faz de la Tierra, en donde proponía que la Tierra está estratificada en tres capas: la corteza superior, el manto intermedio y el núcleo central, y que grandes bloques de la corteza original debieron hundirse a medida que se enfriaba el interior terrestre, originando así las cuencas oceánicas. El enfriamiento de la Tierra debió generar una tensión entre la corteza y el interior del planeta, que sería la causa de dos tipos de presiones, unas paralelas a la superficie o tangenciales, que plegarían los materiales y formarían las montañas; las otras serían radiales y causarían hundimientos. Suess introdujo el término "eustático" para referirse a los movimientos de elevación y descenso del nivel del mar a escala mundial. Tanto en las hipótesis de Dana como en las de Suess, el modelo de una Tierra enfriándose y contrayéndose considera a los continentes y cuencas oceánicas como elementos primordiales e implícitamente negaba la posibilidad de movimientos laterales importantes de las masas continentales a través de los océanos. Puesto que estos conceptos parecían solucionar con éxito una amplia gama de fenómenos geológicos, la mayoría de los geólogos estaban persuadidos de su certeza básica. La teoría de la Permanencia surgió en Norteamérica a mediados del siglo xix y sostenía que tanto los continentes como los fondos oceánicos están formados por materiales diferentes y que por lo tanto no son, ni habían sido, caracteres intercambiables. En concreto, los grandes caracteres de la corteza terrestre se han mantenido estables desde hace cientos de millones de años. Esta idea era una consecuencia directa de la teoría de la contracción definida por Danay estaba en contraposición a la versión de Suess sobre la contracción debida al enfriamiento del planeta. La teoría de los Puentes Intercontinentales fue sin duda la más invocada para oponerse a las ideas derivistas de Wegener. De acuerdo con esta hipótesis, la gran mayoría de los puentes no fueron permanentes sino episódicos y con el tiempo se llamarían también "eslabones ístmicos". Así, grandes volúmenes de materiales continentales debieron hundirse en las cuencas oceánicas, lo cual generalmente es asociado con movimientos "eustáticos". Por otro lado, este fenómeno también tuvo que haber sido cíclico, es decir que la gran mayoría de las conexiones terrestres debieron formarse y hundirse repetidamente, lo cual explicaría las similitudes biológicas de diferentes épocas en la historia de la Tierra, permitiendo al mismo tiempo el aislamiento geográfico durante largos periodos. La primera conexión a través del Atlántico la propuso Jules Marcou en 1860, uniendo África con Sudamérica y creando un hipotético supercontinente que Eduard Suess posteriormente denominaría Gondwana. Las ideas básicas de la hipótesis de los puentes intercontinentales fueron desarrolladas principalmente por Suess en todos sus aspectos paleogeográficos fundamentales. Los biogeógrafos, en general, no toman en cuenta algunas de las consecuencias que se derivaban directamente de la hipótesis de las conexiones terrestres. Llenaron los océanos de tantos puentes intercontinentales que hacían imposibles las migraciones marinas, las cuales también tenían que explicar. El "principio de la Isostasia" fue uno de los mayores pilares en que Wegener se apoyó para plantear su teoría de la deriva continental. A partir del siglo xviii se efectuó una serie de descubrimientos geofísicos trascendental y que tienen que ver con investigaciones geodésicas sobre la forma real que presenta nuestro planeta. 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