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    [author] => Cicerón, Marco Tulio /  / Reyes Coria, Bulmaro Enrique (Versión de)
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La historia del Bruto prueba que comúnmente han hablado quienes detentan el poder, pero que pueden hablar también los que se hacen conscientes de que poseen el arte de la palabra, o son capaces de cultivarla mediante su estudio.
El lector -que hallará aquí virtudes y vicios de oradores griegos y romanos- podrá acercarse mucho al significado de "orador perfecto".
Las experiencias de los oradores de que habla el autor muestran lo que podría ser el secreto del éxito, o del fracaso, en el uso de la palabra.
CICERÓN, haciendo aquí el recuento de su educación, enseña el camino por donde alcanzó el dominio pleno de la elocuencia, llegando incluso a "resucitar testigos" y relajar el ánimo de los jueces, a deleitar y llevar al público a la ira y al llanto, en fin, a conmover.
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El lector -que hallará aquí virtudes y vicios de oradores griegos y romanos- podrá acercarse mucho al significado de "orador perfecto".
Las experiencias de los oradores de que habla el autor muestran lo que podría ser el secreto del éxito, o del fracaso, en el uso de la palabra.
CICERÓN, haciendo aquí el recuento de su educación, enseña el camino por donde alcanzó el dominio pleno de la elocuencia, llegando incluso a "resucitar testigos" y relajar el ánimo de los jueces, a deleitar y llevar al público a la ira y al llanto, en fin, a conmover.
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Cicerón, Marco Tulio
(106 a.C.- 43 a.C.) Estudió en Roma oratoria y leyes. En Grecia estudió filosofía. Tuvo una ascendente carrera política, llegó a ser edil, prétor y cónsul en el Senado romano, sin embargo también sufrió el exilio y en el gobierno de Marco Antonio fue ejecutado. Ganó sus batallas y su posterior gloria, mediante la palabra, hablada o escrita; con ésta venció a magistrados públicos y aspirantes, y engendró la ira de otros; con ella, durante veinte siglos, enseñó y sigue enseñando sus artes a quienes saben de las ventajas que ofrece el bien decir.
Reyes Coria, Bulmaro Enrique (Versión de)
Bulmaro Enrique Reyes Coria es licenciado, maestro y doctor en Letras (clásicas) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y obtuvo en los tres niveles mención honorífica. Es investigador titular "C" de tiempo completo adscrito al Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFL), así como profesor de asignatura "B" definitivo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; pertenece al Sistema Nacional de Investigadores con el nivel III, y mantiene el máximo nivel de estímulos en el Programa de Primas al Desempeño del Personal Académico de Tiempo Completo. Su línea de investigación es la retórica latina a partir de las obras de Marco Tulio Cicerón. Fue director de la revista Noua Tellus. Anuario del Centro de Estudios Clásicos y en compañía del doctor Rubén Bonifaz Nuño, codirigió la
    [toc] => INTRODUCCIÓN
I. El autor  	IX
II. La elocuencia en defensa de sí misma 	XVII
1. El título del Brutus  	XVIII
2. El método de composición 	XX
3. El objetivo  	XXII
4. Estilo ático  	XXIX
III. La ortografía del Brutus  	XLIII
IV. Descripción del Brutus  	XLV
V. La traducción y las notas  	CV
TEXTOS LATINO Y ESPAÑOL
M. Tulli Ciceronis Brutus  	
Marco Tulio Cicerón, Bruto: de los oradores ilustres 	
Notas al texto latino  	CXI
Notas al texto español  	CCXXI
Índice de nombres propios 	 CCXXXIII
Nota 	 CCXXXIII
Nombres propios  	CCXLI
Bibliografía 	 CCCXLIII
    [free_reading] => EL AUTOR

Mucho importa a quiénes oye cada quien todos los días en casa, con quiénes habla desde niño, cómo hablan los padres, los pedagogos, también las madres.
Bruto, 210

Marco Tulio Cicerón es a la vez el autor, el narrador y el personaje principal de la historia que se desarrolla en esta obra hecha a manera de diálogo.
Nació el 3 de enero del año 106, a. C., en Arpino, muy cerca de Roma. Su madre fue Helvia, de origen patricio. De su padre, en cambio, se dice que se crió en un lavadero. Por lo tanto, al llegar al senado, Cicerón sería un horno novas.
El sobrenombre de Cicerón se debe a una gran verruga, semejante a garbanzo (cicer en latín), que el primero de la familia Tulia tuvo en la punta de la nariz. No obstante, nuestro Marco Tulio llevaba ese tercer nombre con tal orgullo, que siendo cuestor en Sicilia mandó grabar un garbanzo junto a los dos primeros.
A los 18 años de edad ya había escrito los libros De la invención retórica, y a los 20 comenzó a ocuparse de asuntos judiciales en el foro con tan grande éxito, que a los 30 era el abogado y orador más conocido en la barra romana, y a los 42 alcanzó la magistratura suprema de la república, que era el consulado.
Por lo que respecta a su educación, de joven aprendió derecho civil trabajando con el jurisconsulto Quinto Mucio Escévola, y escuchando al tribuno Publio Sulpicio. También estudió retórica con Molón de Rodas, y dialéctica con Diodo-to. Declamaba en latín, pero más en griego, porque el discurso griego lo habituaba a decir en latín con más ornamentos, y porque los profesores griegos, si no hablaba en griego, no podían ni corregirlo ni enseñarlo debidamente.
Con Filón de Larisa se entregó al estudio de la filosofía, la cual parecía haberlo atrapado para siempre, no sólo por sí misma, sino porque la guerra había suprimido los juicios, y porque él veía que la república estaba a punto de caer bajo una monarquía. Pero al vencer Sila sobre Mario, Cicerón comenzó a recibir causas privadas y públicas. La primera fue la defensa de Sexto Roscio, y tuvo tanto éxito, que no había alguna que pareciera indigna de él.
Por el tiempo de esa defensa, su constitución física era tan débil, que sus seres queridos le aconsejaban apartarse de esa profesión, porque los esfuerzos que hacía al hablar ponían en peligro su vida. Así, después de haberse ocupado en causas durante dos años y siendo ya célebre su nombre en el foro, decidió salir de Roma, con el propósito de mejorar su salud aprendiendo a relajar y moderar la voz y hacerla más templada. Aunque también se cree que huyó, por temor de Sila, después de haber defendido exitosamente a Roscio.
Como haya sido, la ambición juvenil fue superior incluso a la vida misma, como él atestigua, porque pensaba que debía afrontar cualquier peligro, más bien que apartarse de la gloria que le deparaba el ejercicio de la elocuencia.
En Atenas estuvo seis meses con Antíoco estudiando filosofía, y haciendo ejercicios de retórica con Demetrio Siro.
Recorrió Asia Menor, donde conoció a grandes oradores, como Menipo de Estratonicea, Dionisio de Magnesia, Esquilo de Cnido, Jenocles de Adramitis.
En Rodas escuchó las lecciones del mismo Molón con quien había estudiado en Roma. Y fue éste quien limó sus redundancias y lo hizo fluir, o contenerse al fluir. A los dos años de viajar, Cicerón volvió a Roma más ejercitado y casi cambiado: el esfuerzo excesivo de su voz se había calmado, su oración había dejado de hervir, sus pulmones tenían más fuerzas, y su cuerpo una mejor apariencia.
El primer año de su regreso, buscó y ganó la cuestura, que ejerció en Sicilia. Y sin duda, esta experiencia de la vida real, ya no escolar, lo hizo madurar aún más.
Durante un quinquenio se ocupó en muchísimas causas y se movió entre los principales abogados, y siendo edil electo tuvo que litigar contra Hortensio, cuando los sicilianos acusaron de asesinato, latrocinio y malversación de fondos, al gobernador saliente Verres. Ése fue su primer gran caso. En representación del Estado, Cicerón llevó a Verres al exilio mediante los discursos, al decir de Carcopino, más crueles que puedan conocerse, ya que bastaba la sola oración con que puso al descubierto la ignominia que aquel gobernador infligiera a un ciudadano romano, Gavio, haciéndolo crucificar.
Cumplida la edilidad, fue elegido primer pretor y cónsul. Y por su persistencia e industria en los litigios y por la calidad de su discurso, para ese entonces ya más exquisito y de ningún modo vulgar, se había ganado las voluntades de todos, logrando incluso desarmar la famosa conjuración de Catilina.
Después de su consulado, trabajó durante doce años asociado con Hortensio, a cuya muerte Cicerón se sintió el único defensor de la elocuencia, 'es decir, de la libertad de expresión, inspirado por un escrito' en que Bruto le aconsejaba ser de ánimo fuerte, recordándole que durante su consulado había realizado cosas que siempre hablarían de él. Y legaba esa responsabilidad a Bruto, en aquella época que no era nada propicia para la carrera de la palabra, ya que César se erigía prácticamente en dueño omnímodo de Roma.
En la guerra contra César, Cicerón se alineó en el lado pompeyano, aunque pronto se desilusionaría de su participación, al ver que en las filas reinaba la codicia de los particulares, y que incluso el consejo público era excluido de los asuntos de la paz. Así, el infortunio de Pompeyo se le volvía fácilmente previsible, pero no podía dolerse de su caída, pues él lo había conocido "como hombre íntegro y honesto y serio".
La vuelta de Cicerón a César no era fácil; incluso el regreso físico a Roma estaba tan lleno de riesgos, que Ático le aconsejaba hacerlo de noche.
Así, no le fue permanente la máxima gloria que había alcanzado en el consulado con el uso de la palabra. Al contrario, paradójicamente, le engendró un claro dolor, que puede percibirse en sus cartas del exilio. Desde la misma salida de Roma, cuando se da cuenta de que la propuesta de ley para su destierro no había sido corregida, comienza a delatar abatimiento en frases que se le vuelven inmanentes, y que muestran mucho más que las naturales molestias del castigo. Apenas en marzo de 58 escribe a Ático: "No puedo escribir más; en tal forma estoy de ánimo golpeado y abatido". Y casi en seguida, en abril: "Yo vivo miserablemente y me consume el máximo dolor". Y a Terencia el último día del mismo abril: "Pero ojalá hubiéramos sido menos deseosos de la vida. Ciertamente nada de malo veríamos en la vida, o no mucho".
En otras dos ocasiones (mayo y agosto) confiesa a Ático ser culpable, si bien lo hace con cierta reserva usando el plural nos, no sé si el soberbio mayestático o el humilde sociativo, tradicionalmente interpretado como simple sinécdoque de plural por singular: "Soy afligido por increíble y singular calamidad, sin embargo no me conmueve tanto esta miseria cuanto el recuerdo de nuestra culpa". "Sé que nosotros caímos en esta desgracia por nuestros muchos pecados" (los hincapiés son míos).
En junio, este tipo de confesiones parece más obvio, pues se da en primera persona: "Y así pago las penas de mi pecado" (otra vez los hincapiés son míos).
Sin duda, este abatimiento y este dolor tienen un origen: el mismo del destierro, aun cuando Cicerón no lo haya hecho explícito. Podría referirse a las acciones mismas que le dieron gloria en su consulado; o a la precipitación con que abandonó Roma, antes de que la proposición de su destierro fuera sancionada; o al simple hecho de que, para evitar un probable castigo por desobediencia a las leyes, no permitió que su hermano fuera a verlo. Sin embargo, más claras parecen las letras de junio a su hermano Quinto, con que intenta explicarle que de ninguna manera puede estar enojado con él: "Aquel mi alabado consulado me despojó de ti, de mis hijos, de mi patria, de mis fortunas".
Por suerte nuestra, este reconocimiento, si de alguna manera lo fue, no trascendió negativamente haciendo que Cicerón ocultara, por decir así, la doctrina responsable de tales sentimientos, refiéranse a lo que se refieran. Por el contrario, siempre tuvo en mayor estima los frutos de la elocuencia que otros honores, por ejemplo los atribuidos a generales victoriosos:
El magno orador aventaja con mucho a los menudos generales... yo preferiría para mí el único discurso de Lucio Craso en favor de Manio Curio, que dos triunfos por haber capturado fortalezas.
Brut., 256.
Y se le quedó impregnada en su ser aquella enseñanza de niñez por la cual sabía que sólo el estudio de la elocuencia era capaz de liberar a los ciudadanos de los abusos de los poderosos." De hecho, en la elocuencia de un joven amigo suyo,
Bruto, fincaba las esperanzas de recuperar lo perdido, específicamente, en la guerra civil. Así, dice a éste:
Por ti nos afecta doble inquietud: que tú mismo carezcas de la república y que ella de ti. Tú, sin embargo, aunque esta importuna calamidad de la ciudad oprime la carrera de tu ingenio, Bruto, reténte en tus perennes estudios.
Brut., 332.
Y de no ser por ese optimismo de Cicerón, hoy estaríamos privados de las mejores enseñanzas retóricas que ha conocido la humanidad, entre las cuales se encuentra el Bruto: de los oradores ilustres, obra que es el motivo de esta edición.
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