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(México, 1830-1890) Estudió filosofía y latinidad en el Seminario, además de medicina, carrera por la que se recibió con el grado de doctor. Aficionado a las bellas artes, fue redactor y colaborador del Correo de México. Fue miembro destacado de la élite letrada del siglo XIX, considerado uno de los críticos más autorizados. Traductor, dramaturgo, periodista y profesor del Colegio de la Vizcaínas. Su singular modestia, su reconocida generosidad, su indiscutible erudición --cualidades que lo caracterizaron-- le valieron el reconocimiento y el respeto de sus contemporáneos.
[toc] => Advertencia editorial
Introducción
Bibliohemerografía consultada
1868
1. Atentamente: El Cronista [El Semanario Ilustrado,
1° may. 1868, p. 8] 2. Los soldados de plomo, de Eguílaz [El Semanario
Ilustrado, 8 rnay. 1868, pp. 23-24] 3. El repertorio del Teatro de Iturbide: La Patria, de Villalobos, y Un drama nuevo, de Tamayo y Baus [El Semanario Ilustrado, 15 may. 1868, p. 40] . .4. El hábito no hace al monje: La levita, de Gaspar [El Semanario Ilustrado, 22 may. 1868, pp. 55-56] 5. El tejado de vidrio, de López de Ayala [El Semanario Ilustrado, 29 may. 1868, pp. 71-72] . . . .6. La bola de nieve, de Tamayo y Baus [El Semanario Ilustrado, 5 jun. 1868, p. 88] 7. Los "lunares" de El payaso, de Dennery. Un concierto de la Sociedad Filarmónica [El Semanario Ilustrado, 12 jun. 1868, p. 104] 8. Una refundición de El alcalde de Zalamea. Las bondades del señor Valero y el último concierto de la Sociedad Filarmónica [El Semanario Ilustrado 19 jun. 1868, pp. 119-120] 9. ¿Quién es el "dueño" del personaje? [El Semanario Ilustrado, 26 jun. 1868, pp. 135-136] . . .10. Los dramas de Núnez de Arce, Gómez de Avella-neda y Camprodón [El Semanario Ilustrado, 3 jul. 1868, pp. 151-152] 11. La Estrella de Sevilla, de Lope, y sus refundiciones [El Semanario Ilustrado, 10 jul. 1868, pp. 167-168 12. A propósito de El día de campo, de Bretón [El Semanario Ilustrado, 17 jul. 1868, pp. 183-184] . 13. Una noche memorable: la función de beneficio de Navarro. La Compañía de Zarzuela [El Semanario Ilustrado, 24 jul. 1868, pp. 199-200] 14. Don Dieguito, de Gorostiza [El Semanario Ilustrado, 31 jul. 1868, pp. 215-216] 15. Entre el drama histórico y los "descalabros" de Villanueva [El Semanario Ilustrado, 7 ago. 1868, pp. 231-232] 16. Cien leguas de mal camino, de Monreal. Don Luis F. Muñoz Ledo y el Orfeón Popular [El Semanario Ilustrado 14 ago. 1868, pp. 247-248] . 17. Quien debe, paga, de Núñez de Arce [El Semanario Ilustrado, 21 ago. 1868, p. 264] 18. La Compañía de Zarzuela y El delirio, de Cepe-da y Sánchez Albarral. Los conciertos de la Sociedad Filarmónica [El Semanario Ilustrado, 28 ago.1868, p. 279-280] 19. "Parturient montes": hoy no habrá revista [El Semanario Ilustrado, 4 sep. 1868, p. 296] . . . .20. Edipo, de Martínez de la Rosa [El Semanario Ilustrado, 11 sep. 1868, pp. 309-312] 21. La traducción española de Adrienne Lecouvreur, de Scribe. Las novedades teatrales de la semana [El Semanario Ilustrado, 18 sep. 1868, pp. 327-328] 22. La función de beneficio de Morales: una versión española del Sullivan, de Mélesville [El Semanario Ilustrado, 25 sep. 1868, p. 344] 23. El debut de Sofía Calderón. Por los teatros [El Semanario Ilustrado, 9 oct. 1868, p. 376] . . . .24. Nada digno de contar [El Semanario Ilustrado, 16 oct. 1868, p. 392] 25. Despedida de la Compañía de Zarzuela [El Semanario Ilustrado, 23o oct. 1868, p. 408] 26. La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, y Le menteur, de Pierre Corneille [El Semanario Ilustrado, 30 oct. 1868, pp. 418-420] 27. El nuevo Don Juan, de López de Ayala [El Semanario Ilustrado, 6 nov. 1868, p. 8] 28. El repertorio español de la Compañía Dramática del Principal [El Semanario Ilustrado, 13 nov. 1868, p. 24] 29. El arte de hacer comedias: El ramo de oliva, de Cisneros, y A un pícaro otro mayor, de Pastorfido
[El Semanario Ilustrado, 20 nov. 1868, p. 40] 1869 30. El que todo lo quiere..., de Peredo [El Renacimiento I, 2 pp. 29-31] 31. Mentiras graves, de Gómez Trigo [El Renacimiento I, 3 pp. 39-41] 32. Las "novedades" de la semana: El pelo de la dehesa, de Bretón, y Del dicho al hecho, de Tamayo y Baus [El Renacimiento I, 4 pp. 60-61] . . . .33. "Ni sobrada confianza, ni excesiva precaución...": los "lunares" y las bellezas de La cuerda templada, de San Juan [El Renacimiento 1, 5 pp. 72-74] 34. La verosimilitud en el teatro: Torcuato Tasso, de Duval, y Quien siembra vientos..., de Ortiz de Pinedo [El Renacimiento I, 6 pp. 83-85] 35. Leandro Fernández de Moratín: el gran reformador [El Renacimiento I, 8 pp. 113-114] 36. El drama moderno y la revolución social: Dalila, de Feuillet [El Renacimiento 1,10 pp. 142-144] 37. La zarzuela se enseñorea: Luz y sombra, de Fernández Caballero y Serra, y El relámpago, de Barbieri y Camprodón [El Renacimiento I, 11 pp. 151-153] 38. Vce victis: entre Albisu y Gaztambide [El Renacimiento 1, 15 pp. 210-211] 39. La resurrección de la commedia dell' arte y los bufos habaneros [El Renacimiento I, 23 pp. 317-318] 40. Un concierto en honor a Melesio Morales [El Renacimiento I, 24 pp. 335-336] 41. "¡Altos juicios de Dios!": la inmoralidad de la Galatea, de Camprodón. Una acertada representación de La payesa de Sarriá, de Eguílaz [El Renacimiento I, 26 pp. 365-367] 42. "Deleitar es muy fácil...": la escuela de las costumbres [El Renacimiento I, 27 pp. 381-383] 43. Un lapsus: Virtud a prueba, de Escosura [El Renacimiento I, 28 pp. 396-398] 44. A favor o en contra: El mal apóstol y el buen ladrón, de Hartzenbusch [El Renacimiento I, 29 p. 415] .45. Carolina Civili y el resurgimiento de la tragedia [El Renacimiento I, 30 pp. 431-432] 46. Las "inconsistencias dramáticas" de la Epicaris, de Bonafós [El Renacimiento I, 31 pp. 445-447] . 47. Ni disgusta ni cautiva: la Judith, de Giacometti, traducción de Bonafós [El Renacimiento I, 32 pp. 461-463] 48. El cancan [El Renacimiento I, 33, pp. 474-475] 49. La locura de amor, de Tamay o y Baus.. La función de beneficio de, la selva. Renacimiento 1,34 pp. 494-496 50. La desmoralizante Cisterna encantada, de Gaztambide y De la Vega [El Renacimiento II, 36 p. 15] 51. "Un periódico es simplemente un hombre que refiere lo que ve" [El Siglo Diez y Nueve, 7 sep. 1869, p. 2] 52. Los intérpretes de Norma, de Bellini [El Siglo Diez y Nueve, 8 oct. 1869, p. 2] 53. Los juicios de mi amigo El Organista: Melesio Morales [El Siglo Diez y Nueve, 12 oct. 1869, p. 3] .54. Una carta de Morales al Organista. ¡Honores a los maestros!: el concierto de la Sociedad Filarmónica [El Siglo Diez y Nueve, 21 oct. 1869, pp. 2-3] 55. "A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga...": las fragilidades de la zarzuela [El Siglo Diez y Nueve, 27 oct. 1869, p. 3] 56. Las bellezas de la parodia y El joven Telémaco, de Rogel y Blasco [El Renacimiento II, 45, pp. 159-160] 57. Una docta lección de mi amigo El Organista: Los diamantes de la corona, de Barbieri y Camprodón [El Renacimiento II, 46, pp. 173-174; 47 pp. 190-192] 58. Los descuidos de La intervención amistosa, de Mateos [El Renacimiento II, 49, pp. 221-222] . .59. Una función en honor de Mister Seward. El florecimiento del arte [El Renacimiento II, 50, pp. 239-240] 60. El repertorio de la Compañía Dramática de Eduardo González [El Renacimiento II, 51, pp. 255-256] .
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Personajes [free_reading] => UNA BIOGRAFÍA CONTADA A DOS VOCES: PEREDO Y SUS CONTEMPORÁNEOS La historia del periodismo mexicano del siglo xix es un inmenso rompecabezas que enfrenta al investigador con la lúdica y paciente tarea de configurar el contexto cultural de su momento. El estudio de los trabajos periodísticos de un escritor en particular o la búsqueda de una noticia sobre teatro, revelan las relaciones afectivas e intelectuales que existieron entre los miembros de la élite letrada decimonónica. Las crónicas teatrales de Ignacio Manuel Altamirano -y en cierta medida las de Manuel Gutiérrez Nájera- tienen como referente común los juicios críticos del doctor Manuel Peredo, quien se desempeñó como cronista de teatro en el Semanario Ilustrado (1868) y en El Renacimiento (1869). Considerado como uno de los críticos más autorizados sobre el tema, Peredo fue relevante presencia en la prensa mexicana del último tercio del siglo xix. El franco reconocimiento a su erudición, por parte del Maestro y del Duque Job, constituye un primer acercamiento al trabajo periodístico de Manuel Peredo. Pero ¿quién fue este doctor Manuel Peredo cuya crítica dramática sobre el Edipo de Martínez de la Rosa suscitó los elogiosos comentarios de sus contemporáneos? Las obras de consulta esbozan una breve relación de los hechos más representativos de su vida: los diccionarios consignan que nació en la Ciudad de México en 1830, que murió en 1890 y bajo un peligroso e impreciso etcétera resumen a unas cuantas referencias su significativa y constante contribución en el ámbito cultural de su momento. Su desempeño en el periodismo mexicano, en la enseñanza pública, en la medicina, en el teatro, en la fundación de la Academia Mexicana de la Lengua, del Conservatorio Nacional de Música y Declamación, así como su activa participación en agrupaciones literarias y científicas aparecen diluidas en escuetos bocetos.' Las fuentes hemerográficas nos permiten reconstruir una biografía hecha con trazos afectivos de escritores y cronistas cercanos a él; testimonios filiales que, más que datos sobre su vida, rescatan las cualidades que lo caracterizaron -su singular modestia, su reconocida generosidad, su indiscutible erudición. La nota necrológica publicada en El Partido Liberal, el día 22 de octubre de 1890, bajo el título "El Doctor Peredo", destaca la trayectoria profesional del Doctor y también puntualiza su fraternal cercanía con Ignacio Manuel Altamirano: El señor Don Manuel Peredo nació en México en el año de 1830. Hizo sus estudios de Latinidad y Filosofía en el Seminario, obteniendo en ambas materias el primer premio. Sostuvo también un acto Incidísimo de Filosofía en la Universidad. Por los años de 1850 a 1857, estudió Medicina y recibió el grado de doctor en 1859, no sin haber sido antes un poderoso auxiliar de sus profesores, prefecto de la Escuela y médico de los estudiantes de la misma. En 1870, junto con el señor Doctor Don Urbano Fonseca contribuyó mucho a la fundación de nuestro Conservatorio de Música donde desempeñó varios años la cátedra de Retórica y Poética. De 1863 a 1869 fue director de un colegio de instrucción primaria y secundaria y en 1876 desempeñó la clase de Gramática Castellana, Retórica y Poética en el Colegio de Tecpam de Santiago, después en la Escuela de Artes y Oficios, y por último en nuestros días, daba las clases de Español y Declamación en los colegios de La Encarnación y las Vizcaínas. Aficionado al cultivo de las bellas letras desde sus más tiernos años, fue redactor y colaborador de El Correo de México, El Semanario Ilustrado, El Renacimiento, El Siglo XIX, El Domingo y La Enseñanza, periódicos en los que publicó poesías festivas y satíricas y profundos juicios de piezas dramáticas, los mejores sin duda de entre los muchos que se han escrito en México, de los cuales debemos citar muy particularmente el que escribió acerca del Edipo de Martínez de la Rosa. El Doctor Peredo tradujo del francés una obra de gimnasia [Tratado de gimnasia de salón sin aparatos] y los Recuerdos de México del doctor Basch. Escribió un excelente Curso elemental de arte métrica y poética que mereció ser adoptado de texto en un colegio de jesuitas de los Estados Unidos, una erudita Reseña de la formación, progresos y perfeccionamiento de la lengua castellana (1879); representó con gran éxito en el Teatro Principal, un proverbio en dos actos que intituló El que todo lo quiere... y tradujo para su representación El duelo de Ferrari, Serafina de Sardou y El Duque de Gontram. Tradujo también La noche de Navidad, cuento fantástico de Hoffmann, arreglado a la escena por George Sand y La Pasión de Jesucristo, drama sacro de Metastasio; el primero en prosa y el segundo en verso. Fue fundador de la Sociedad Médica Pedro Escobedo, de número de la de Geografía y Estadística y honorario de la de Historia Natural, de la Filarmónica, del Liceo Hidalgo, del Liceo Mexicano y de otras muchas [agrupaciones] científicas y literarias. En 1876 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana correspondiente de la Real Española, y desde esa fecha desempeñó en la misma el cargo de censor. El señor Ignacio Altamirano decía en el año de 1868 del Doctor Peredo juzgándolo como literato: "Tenemos tal confianza en su juicio y en su experiencia que para escribir cualquiera de nuestras pobres crónicas teatrales, siempre le pedimos su opinión, siempre contamos con su ilustrado juicio. Peredo es uno de esos hombres que acaban por presidir un círculo literario y por crearse un apostolado en la juventud. ¡Ojalá! Cuando tantos necios ponen en boga sus opiniones mezquinas, trasmitiéndolas a admiradores estúpidos, es muy grato considerar que talentos como el de Peredo están ahí para no dejar la dictadura en manos de la ignorancia ni de la presunción"? Poco se sabe del ámbito familiar de José Cristóbal Manuel Peredo y Segura: las fuentes documentales señalan que nació en julio de 1831 -no 1830-; que "fue expuesto" en el hogar de Cristóbal González Peredo y de su esposa María Loreto Segura de Peredo, vecinos de la Tocinería de la Calle de Puesto Nuevo -hoy uno de los tramos de Mesones-; que el 30 de julio de 1831 fue bautizado, sub conditione, por el licenciado don José Antonio González de Peredo, cura de Jiquilpan, en la Parroquia de San Pablo, fungiendo como padrinos los susodichos Cristóbal y Loreto.' Su clara inteligencia y sus cualidades personales le permitieron sortear las circunstancias que rodearon su nacimiento: su ingreso al Seminario fue avalado por el doctor Juan Jiménez y Picazo, su preceptor de Gramática Latina, quien el 30 de enero 1844, en la solicitud para que se le dispensara su "condición", destaca en el joven Manuel su "viveza, ingenio, aplicación y obediencia, como también una fina educación cristiana y política"; méritos que, si bien le abrieron el camino, no fueron suficientes para que se le otorgara una beca. Un halo de misterio cubre la vida de Peredo, pues el 27 de diciembre de 1849 José Peredo, su "hermano mayor", da el "consentimiento para que [el joven Manuel] emprenda la carrera de Medicina"; nuevamente su ingreso fue apoyado por sus profesores de Filosofía y de Francés.' Manuel Peredo recibió el título de Doctor en Medicina en 1859. Desde muy temprana edad, Peredo dio muestras de sus inclinaciones intelectuales: el 24 de noviembre de 1845, El Siglo XIX da noticias sobre una Gramática latina y retórica, trabajo presentado por Manuel Peña, Francisco Lama, Manuel Peredo y Filomeno Vieira y que obtuvo el primer lugar en un concurso; ese año también fue galardonado al resultar ganador en una cátedra de francés; el 21 de julio y el 7 de septiembre de 1852, La Ilustración Mexicana, núms. VII y XIV, publica sus poemas "A Lola" y "El eco de una gruta"; el 30 de enero de 1853, la Sociedad Lancasteriana lo eligió miembro de la Comisión de vigilancia "para la Escuela Santa Rosa de Lima". Los breves y muy frecuentes testimonios de escritores y periodistas que aparecieron en la prensa capitalina del último tercio del siglo xix, constatan los afectos, el reconocimiento, la simpatía y uno que otro desacuerdo que Peredo despertó en sus compañeros de oficio; asimismo evidencian los afanes y los días de este personaje "sin biografía" cuya vida estuvo consagrada íntegramente al trabajo.' La bonhomía y la vocación magisterial de Peredo están patentes en su constante participación en pro de la educación: corno miembro de la junta directiva del Antiguo Colegio de Santa Isabel; profesor en el Colegio de las Vizcaínas, en el Conservatorio,' en la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Tecpam de Santiago, en la Escuela Normal para Profesoras, así como en la labor editorial que desempeñó en El Álbum de los Niños y, de manera muy relevante, en La Enseñanza y en El Educador Práctico Ilustrado, publicaciones destinadas a los niños y a los jóvenes. La Enseñanza (1870-1876), revista mensual que en sus inicios -junio de 1870- fue editada en Nueva York y ya en octubre de 1871 en la Ciudad de México; la primera etapa tiene como lema "Revista Hispano-Americana Dedicada al Pueblo", mismo que en octubre de 1871 cambia por "Revista Americana de Instrucción y Recreo Dedicada a la Juventud"; esta segunda época estuvo dirigida por Ángela Lozano y a partir del número 9, fechado el 1° de noviembre de 1871, fungieron como redactores Hilarión Frías y Soto, Manuel Orozco y Berra y Manuel Peredo. En El Educador Práctico Ilustrado. Periódico Quincenal Consagrado a los Niños, a las Madres de Familia y a las Profesoras de Instrucción Pública (1886) el Doctor compartió créditos como colaborador responsable con Manuel Gutiérrez Nájera, Antonio García Cubas y Victoriano Agüeros. En octubre de 1872, como miembro del Liceo Hidalgo, en el que también fungió como bibliotecario, y conjuntamente con Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto y Francisco Sosa, apoyó el ingreso de la señora SaturninaLópez de Alcalde como socia de dicha asociación." El 25 de septiembre de 1875, Manuel Peredo fue electo Académico de Número de la recién fundada Academia Mexicana de la Lengua Correspondiente de la Española; fue nombrado censor, cargo que desempeñó hasta su muerte, acaecida el 17 de octubre de 1890. Ocupó la silla XII, misma que fue asignada posteriormente a Rafael Gómez. Su permanente colaboración en la Academia, a decir de algunos de sus contemporáneos, mermó su trabajo periodístico" El desempeño en la Academia constata su vasta cultura y la imparcialidad con la que manifestó el reconocimiento que tuvo por escritores de su momento -algunos de ellos con los que no compartía un credo político- y a los que postuló para ser aceptados como miembros: en 1877 el abogado y poeta Francisco de Paula Guzmán y el obispo Ignacio Montes de Oca; en 1880 hizo lo mismo con el abogado y escritor campechano José María Oliver; en 1881 con José María Vi-gil, y en 1882 con el obispo José Arcadio Pagaza. En el ámbito periodístico fue incansable su labor: desde enero de 1872 hasta 1877 funge como uno de los redactores de la edición literaria de El Federalista. En junio de 1873 tiene la intención de colaborar como cronista teatral en El Correo del Comercial' un mes más tarde, implícitamente la misma publicación explica la causa de este fallido intento y anuncia que "la Redacción recibe el primer número de La Cítara. Semanario Científico, Literario y Artístico dedicado a las Señoritas Mexicanas; redactores Luis Calderón, Manuel Peredo, Manuel de Olaguíbel y Guillermo Prieto". "Peredo cultivó con creces la amistad, prueba de ello es la función teatral de "carácter enteramente privado" y que con motivo de su cumpleaños, sus amigos le obsequiaron aquel lunes 3 de julio de 1876, "a las 8 de la noche" en el Teatro Arbeu. La fraterna cercanía con Altamirano propicia que en 1867 fungiera como redactor en jefe de El Correo de México, cargo que, bajo la dirección del Maestro, comparte con Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Alfredo Chavero y José Tomás de Cuéllar. La fuente hemerográfica rescata la cotidianeidad de los personajes que conforman la historia cultural del siglo xix. Manuel Peredo fue un miembro destacado de la élite letrada de este siglo, como lo señalé anteriormente, y gozó de la estimación que le profesaron sus contemporáneos: fue relevante, sin duda, su fraternal cercanía con Ignacio Manuel Altamirano, quien manifestó en más de una ocasión su aprecio y subrayó en su escritura los rasgos de su personalidad: en uno de sus "Bosquejos" publicado en El Federalista el 16 de enero de 1871, el Maestro ofrece un retrato hablado del Doctor: Es [...] lectores míos esa familia literaria tan unida, tan afectuosa, tan regocijada siempre, para la cual la pobreza no es un motivo de pesadumbre, ni la nacionalidad una causa de separación. Grupo de hermanos sinceros de diferentes cataduras, colores y razas, pero con un solo corazón y con solo un espíritu. Allí podéis ver a aquel chiquitín morenito, flaco, de anteojos, muy decidor, y en cuyo gesto y ademán se adivina la palabra. Su acento es dulce como el de una mujer, su palabra llena de colorido, su chiste ático. Se ríen en derredor suyo, y es que comienza a hacer el juicio crítico del nuevo drama que va a contemplar y comienza por analizar el prólogo que todos conocen. Ese chiquitín lo habéis adivinado es el Doctor Peredo. Y también refiere el carácter festivo y la afición al cigarro del Doctor al rememorar aquella noche de septiembre de 1870 en el fallido baile del Recreo Mexicano, cuando Peredo "sacó su petaquita dorada, colocó un cigarro de hoja de tabaco en sus tenacillas, lo encendió, lo fumó y arrojó con ese modo peculiar que tiene él cuando está fastidiado y no quiere hablar" [Obras VIII, 456]. En las Revistas de Altamirano priva la admiración y el respeto al amigo, así como el reconocimiento al compañero en las lides periodísticas: En una de ellas, testimonia las cualidades personales y la erudición de Peredo. El Maestro no escatima elogios y lo define como "buen hablista", excelente poeta y en lo concerniente a su desempeño como crítico teatral lo califica como un "crítico perfecto" -"el más cortés de los críticos"-, siempre amable con autores y actores, lo que le ha ganado numerosas simpatías; certero en sus apreciaciones, un fiel y asiduo espectador, no importa si en el patio, en los palcos o en la galería. Peredo no falta jamás, llueve, truene o granice [....]. Pero Manuel [...] no es concurrente al teatro por una costumbre de lujo, por el deseo de buscar distracción, por el interés de pasar revista a las hermosas. No; él es idólatra del arte, es inteligente apreciador de sus bellezas, y allí no sólo goza, sino que estudia [Obras XII, 103]. Peredo compartió generosamente su sapiencia: Altamirano reconoce que fue su amigo quien lo animó a leer aquel folletín de El Monitor Republicano que en sus páginas reproducía, por entregas, una novela hasta entonces desconocida para una inmensa mayoría y que él no había tomado en cuenta a pesar de las referencias favorables que le hiciera una conocida suya. El entusiasmo y los elogiosos comentarios del Doctor propiciaron que la María de Jorge Isaacs sorprendiera gratamente al renuente Altamirano, y en 1881 la experiencia de esa lectura prologó la sexta edición mexicana de la novela sudamericana [Obras XIII, 193-194]. José Tomás de Cuéllar fue otra de las presencias afectivas en la vida de Peredo. Con el entrañable Peredito, el "Cervantes [.."] de acá", Cuéllar comparte la algarabía de las fiestas navideñas y las animadas tertulias de la Bohemia Literaria,'' así como los sinsabores y las satisfacciones de la vida periodística y la preocupación por mejorar las condiciones de vida de autores y actores; fue Manuel -revela Facundo- quien, con Cumplido, lo instó a publicar una novela y le sugirió el título que llevaría la colección que cobijaría su obra: La Linterna Mágica.ls La forzada estadía de José Tomás en San Luis Potosí no fue un obstáculo para que ambos mantuvieran firmes el aprecio y la estimación que mutuamente se profesaban: así, en enero de 1869, Peredo cede el espacio de su colaboración semanal en El Renacimiento e inserta un texto de Cuéllar sobre El suplicio de una mujer, de Girardin.19 La comunicación entre ambos es constante y el 20 de septiembre, Peredo le envía una carta donde narra sus experiencias del viaje que emprendió el 16 de septiembre, con motivo de la inauguración del "tramo de vía férrea [...] que unió a la capital" con Puebla. La misiva revela los intereses del remitente: "El cerebro de una ciudad está en sus bibliotecas; en sus planteles de enseñanza, focos de ilustración y de progreso; el corazón, en sus establecimientos de beneficencia"; así restituye la obra benefactora del obispo Vázquez, cuyo acervo enriqueció la Biblioteca Palafoxiana;" comenta las obras pías de hospitales -San Pedro, San Roque y Santa Rosa-de un orfanato -el de San Cristóbal- y un asilo, y de manera somera da sus impresiones sobre los teatros Principal y el recién inaugurado Guerrero. La misiva fue publicada días después, el 28 de septiembre, en El Siglo Diez y Nueve?' Un mes más tarde, Cuéllar publica en La Ilustración Potosina "Al sol en la muerte de Jesucristo", poema de Peredo; en enero de 1870, "A la noche" y en febrero de ese año la composición "El fin del año"; el aprecio y el reconocimiento al amigo es rubricado en la "Galería de contemporáneos. Manuel Peredo", texto engalanado con una litografía de Villa-sana, en el que Cuéllar destaca los méritos del Doctor como cronista teatral, así como su afecto: Manuel Peredo es, sin disputa, notable en la república de las letras como hablista [...]. Cultiva con especialidad la crónica teatral, uno de los géneros más difíciles, atendido a que todos hablan de teatro y muy pocos hablan bien; pues sólo para colocarse en situación de hacer apreciaciones fundadas en el terreno literario, se necesitan dotes que de por sí solas son un título apreciable y raro [....]. Nuestro pobre semanario [....] está hoy de enhorabuena porque guardará entre sus páginas el retrato de un literato distinguido, de un médico notable, de un hombre de corazón y de inteligencia, y de uno de nuestros más tiernos y leales hermanos.22 Otro texto que considero importante transcribir es la nota necrológica que apareció en El Universal el 19 de octubre de 1890: Ayer fue sepultado el cadáver de este distinguido literato, tan tiernamente querido por sus numerosos amigos. El señor Peredo tuvo brillante carrera científica, y acaso su pasión por la literatura le hizo abandonar la Medicina. Sabio filólogo, correcto hablista, profundo en el conocimiento de varios idiomas, Peredo se dedicó hace muchos años a la enseñanza educando numerosos discípulos con un amor, con una bondad y con una finura que le hacían muy recomendable. Modesto hasta la exageración y amante de la vida oscura, colaboró en las más reputadas publicaciones literarias sin dar a luz su nombre. Firme en sus opiniones liberales, fue en notables periódicos colaborador de Ramírez, de Altamirano, de Prieto y otros varios. Siendo de una posición humilde jamás aspiró a destino pingüe, alejándose de sus amigos cuando estaban en el poder y llamaban para favorecerle. Dio con brillantez la cátedra de Declamación en el Conservatorio, prestándose representar en algunas comedias, lo que hacía con rara habilidad. Peredo era el hombre sin aspiraciones y sin envidia, sabio hasta perderse en la humanidad y bueno hasta no dejar más recuerdo de sus virtudes. Tuvo prolongada agonía y murió en la pobreza. Nosotros damos el más sentido pésame a sus numerosos amigos y lloramos su pérdida porque hombres como Peredo son los que realmente honran una sociedad. Fue su afición al cigarro, que en muchas ocasiones quebrantó su salud, lo que terminó con su vida; una vida modesta, pródiga en afectos. Manuel Peredo murió en su domicilio, ubicado en la Calle de la Merced 24 -hoy uno de los tramos de Venustiano Carranza- el 17 de octubre de 1890 a las 3 de la mañana; fue inhumado al día siguiente, a las 8 de la mañana, en el Panteón de Dolores; al sepelio asistieron viejos y leales amigos que siempre le profesaron cariño y respeto. Su vida familiar parece relegada a un segundo plano." Las notas necrológicas, que carecen de autoría, recogen el afectuoso sentir colectivo de literatos, periodistas, dramaturgos, músicos, profesores y jóvenes discípulos que gozaron de su cercanía, que compartieron su ilustración; y también la gratitud de un indeterminado número de hombres, mujeres y niños que durante muchos años acudieron al consultorio ubicado en la Plazuela de la Santísima núm. 2 -hoy uno de los tramos de Guatemala- donde recibieron gratuitamente los servicios médicos del generoso facultativo. 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